-
Érase una vez un arquitecto. Se había pasado toda la vida construyendo casas, pero se hizo viejo y decidió jubilarse.
- Me jubilo", le dijo a su jefe. - Me jubilo. Voy a cuidar de mis nietos.Al propietario le dio pena desprenderse del hombre, así que se lo pidió:
- Escucha, ¿qué te parece esto? Construye una última casa y te acompañaremos a la jubilación. Tendrás un bonito regalo...El arquitecto aceptó. Según el nuevo proyecto, tenía que construir una casa para una familia pequeña, y así empezó: aprobaciones, búsqueda de materiales, inspecciones...
El arquitecto tenía prisa porque ya se veía jubilado. Algo quedó sin hacer, algo se simplificó, compró materiales baratos porque se podían entregar más rápido... Sentía que no estaba haciendo su mejor trabajo, pero se justificaba diciendo que era el final de su carrera. Cuando terminó la construcción, llamó al propietario. Inspeccionó la casa y dijo:
- ¡Esta es tu casa! Toma las llaves. El papeleo está hecho. Es un regalo de la empresa por sus muchos años de trabajo.Lo que experimentó el arquitecto sólo lo sabía él. Se puso rojo de vergüenza mientras todos a su alrededor aplaudían y le felicitaban por la inauguración de su casa y pensó que se sonrojaba de timidez, pero se sonrojaba de vergüenza por su propia negligencia.
Era consciente de que todos los errores y defectos se habían convertido ahora en sus problemas, y todos a su alrededor pensaban que se avergonzaba por el costoso regalo. Y ahora tenía que vivir en la única casa que había construido mal...
Conclusión: Todos somos arquitectos de nuestra propia vida. Todo lo que hacemos hoy importa mañana. Hoy ya estamos construyendo la casa a la que nos mudaremos mañana...
Encontrar amigos
Encontrar amigos